Reseñas sobre "El año del desierto"






Si la historia de un país retrocediera hacia su fundación, si la ciudad fuera reduciéndose al tamaño del pueblo que alguna vez fue y luego fuera sólo un pastizal, ¿cómo sobreviviríamos? María Valdés Neylan atraviesa con valentía el vendaval del tiempo que se levanta en un retroceso histórico implacable. La intemperie avanza borrando gradualmente la ciudad y las costumbres civilizadas, y María va entrando poco a poco en la barbarie: pierde su trabajo de secretaria, deambula, entra en la prostitución, comete un crimen, huye y parece perderse entre las nuevas tribus precolombinas. La novela es una metáfora de la eterna crisis argentina potenciada hasta la destrucción total, hasta que sólo quedan el desierto y una voz para contar la historia.




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La pesadilla de la historia argentina, entrevista en Eterna Cadencia, 2015


Prólogo a la edición anotada por Susan Hallstead y Juan Pablo Dabove, Universidad de Colorado, edición Stockcero






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El año en que el desierto creció, Trends






A la intemperie


La crisis y el humor se dan cita en la nueva novela de Pedro Mairal, joven escritor que reniega de parricidios.

Por Juan Pablo Bertazza

El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos... Y, ¿qué pasaría si esos años pasaran, pero para atrás? De manera tal que el envejecimiento conviviera con el recuerdo, como una especie de condena a vivir en el pasado? Bueno, más o menos así es la historia de El año del desierto, la última novela de Pedro Mairal. Que se inicia con una parodia de lo que fue el estallido del 2001, también en la Plaza de Mayo, aunque en este caso las manifestaciones responden a la “intemperie”, un plan secreto de devastación de hogares en la provincia de Buenos Aires que se termina devorando también a la ciudad. Y quien con su ojo blindado todo lo mira es María Valdés Neylan, una secretaria de 23 años que trabaja en una torre llamada Garay, ubicada en la calle Reconquista. Sin embargo, en la ciudad de la furia ya no parece haber posibilidades de otra re-fundación. La intemperie (una metáfora exquisita del recurso del rewind) avanza a pasos de Goliat, arrasando familias y edificios, cambiando para siempre la vida de esa joven que, aunque tiene oportunidades de emigrar a otros lares, está atrapada y sin salida primero en la ciudad y, luego, en los campos en franca expansión. Pero también la intemperie recorre para atrás la historia nacional, aunque siempre respetando el mandato deleuzeano de que toda repetición acarrea una diferencia. Así, aunque el shopping del Abasto vuelve a ser un mercado y la calle Perón deviene nuevamente Cangallo, Buenos Aires permanece a la deriva entre lo que fue y lo que es, y sus habitantes, literalmente colgados en puentes que construyen ad hoc para poder trasladarse por la ciudad sin salir a la calle. Hay algo que exime al libro de Mairal de su incertidumbre genérica (no es ciencia ficción, aunque por momentos lo parece; no es una obra histórica, pero todo se asemeja a aquello de lo cual se burla): la novela, así como sucede con Buenos Aires y su puerto, tiene una salida de oxígeno que al mismo tiempo la abastece y alimenta permanentemente: el humor. En la primera parte, por ejemplo, brilla el diagnóstico que dan los médicos de lo que llaman “coma catódico”, mal sufrido por los televidentes compulsivos que, al interrumpirse la programación, fueron entrando lentamente en un coma de intensa actividad cerebral, como si soñaran su propia televisión. Cuando la remake de la dictadura militar iniciada en el ‘76 deje como saldo una superpoblación en los hospitales, la solución será tomar un control remoto y pulsar la tecla de encendido para hacer borrón y cuenta nueva de los enfermos terminales. Y es interesante el valor simbólico que tiene el humor en El año del desierto porque, de hecho, pone en evidencia esas repeticiones que siempre traen una diferencia. Así, una vez que la novela avanza hasta regresar a la conquista del desierto, nos ingresa en el mundo de los braucos, una tribu indígena, sí, pero que tiene también algo de barra brava y cuyos miembros comparten un pasado de choferes de colectivos. Los braucos, quienes tomarán como rehén a María una vez que huye tierra adentro, luego de matar a su propio cafishio, hablan un castellano muy contraído (Cate pío laguach significa: “quedate piola, guacho”) y son adictos al Fas, una interesante mezcla de marihuana y bosta seca de pequirití.


Así como El año del desierto rebobina en un solo año la joven pero densa historia de nuestro país, al tiempo que se ríe de lo poco que nos conocemos, también vuelve a poner en escena algunos recursos que ya le habían valido a Mairal el reconocimiento en Una noche con Sabrina Love, como ese raro humor que conjuga el sarcasmo y el absurdo, y la capacidad para montar un escenario literario donde se da la guerra de los mundos dela ficción, la virtualidad, el pasado y el presente. El tiempo (ese invento sabandija o no) parece correr del lado de este joven escritor que alguna vez dijo: “Mi generación no tuvo que matar a sus padres literarios porque ya los habían matado o silenciado los militares. Mucha gente nacida alrededor de los ‘70 no tuvo padres literarios sino abuelos como Borges, Cortázar, Bioy, Arlt. Y uno con los abuelos no tiene conflictos”.



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EL AÑO DEL DESIERTO, Pedro Mairal

El año del desierto es una de las novelas más singulares y logradas de la narrativa argentina de los últimos años. Mientras la civilización se desbarata y el tiempo retrocede, la protagonista sólo busca sobrevivir. Es la segunda novela de Pedro Mairal; con la primera había obtenido el premio Clarín.

por Luis Pestarini


María Neyla Valdén vive en Barrio Norte con su padre una vida más bien irrelevante, trabajando como secretaria para una compañía inversora en una moderna torre del Bajo. La acción comienza mientras espera en una esquina céntrica a un novio motoquero que nunca llegará, durante un día de agitación ciudadana que recuerda la agonía del gobierno de De la Rúa. Los confines de la ciudad de Buenos Aires ceden ante el avance de la intemperie, que se va comiendo las edificaciones para convertirlas nuevamente en pajonales. Los habitantes de la ciudad se inquietan y la capital poco a poco va asilando a los que pierden sus viviendas hasta que el hacinamiento lleva a la rebelión y se bloquean las entradas a la ciudad, ahora asediada.


Sobran ejemplos en la ciencia-ficción en los cuales el tiempo hace un recorrido inverso al habitual: El mundo contra reloj de Philip K. Dick, La flecha del tiempo de Martín Amis o “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier, son algunos. Pero Mairal en El año del desierto ensaya un camino distinto y más audaz: lo que retrocede es el entorno social y cultural, el progreso se deshace y vemos cómo los artefactos tecnológicos van desapareciendo (la televisión, la radio, la electricidad) y los comportamientos sociales siguen el mismo camino (las mujeres y los trabajadores van perdiendo sus derechos, por ejemplo). Entonces, lo que desanda su recorrido es el devenir histórico, y vamos viendo la historia argentina en un proceso invertido.


Si la idea es audaz, la resolución es impecable: los hechos se encadenan en forma retrospectiva como si fueran causales. Por ejemplo, por la situación de aislamiento en la capital deja de haber antibióticos y suministros sanitarios, entonces en los hospitales comienzan a aplicarse métodos más antiguos de curación. Además, Mairal elude la metáfora fácil y los golpes de efecto. El realismo con que se cuenta recuerda por momentos a las novelas inglesas de catástrofe.


María es testigo y partícipe de la convulsión social que producen los cambios. En un año de su vida pasa toda la historia argentina hasta la llegada de los conquistadores mientras ella primero busca a su novio y luego simplemente trata de sobrevivir entre indios que alguna vez fueron ingenieros de sistemas o almaceneros. Rigurosa en su construcción, impecable en su narración, El año del desierto tiene otra virtud: un sentido del humor inesperado, mezcla de ironía y burla. También hay un intenso sentido dramático que sobrevuela la historia, de pérdida y desamparo por los desplazamientos provocados por la inversión.


El año del desierto toma sus riesgos, pero resuelve cada uno de los problemas que plantea la historia de manera ingeniosa. La segunda novela de Pedro Mairal, que ganara en 1998 en Premio Clarín con Una noche con Sabrina Love, se cuela en un espacio casi virgen de la literatura argentina, una elite muy reducida de la que participa, por ejemplo, La invención de Morel, caracterizada porque soporta espléndidamente la lectura tanto desde la perspectiva de género como desde la literatura general.

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Argentina, narrar en rewind

Revista Elle, Buenos Aires, diciembre de 2005

Dede que en 1998 ganó la primera edición del Premio Clarín con Una noche con Sabrina Love, se adivinaba en Pedro Mairal una voz nueva y original en el marco de la narrativa argentina. Un libro de relatos y dos poemarios siguieron para confirmar esa potencialidad, hasta que ahora nos llega su segunda novela: El año del desierto, (Interzona, Buenos Aires, 2005. 273 págs. 29$). Y, por cierto, en ella ratifica todo lo bueno que se venía esbozando. El gran interrogante es cómo narrar nuestra realidad (Argentina, con sus sucesivas coyunturas, parece en sí más una ficción que escapa a la mente más alucinada), y Mairal logra una historia que roza el asombro y atrapa desde la primera página. Una historia narrada en primera persona por una chica de 23 años, que empieza en la actualidad y termina en la fundación de Buenos Aires. Los baldíos avanzan desde el conurbano hacia la Capital y van borrando la ciudad. El tiempo parece ir para atrás a toda velocidad, porque la historia argentina (o una pesadilla parecida a la historia argentina) sucede en un año y en rewind. Esta suerte de Orlando invertido promete convertirse en una de las obras más originales de los últimos tiempos.


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Una debacle anunciada

(de agencia Télam, publicado en La Capital, La Prensa, La Voz del Interior, enero 2006)

por Julieta Grosso


Las transformaciones que registró Buenos Aires desde su fundación, la disolución de los pactos sociales provocada por las situaciones de pánico colectivo y una reflexión sobre la dinámica "sucesiva" del tiempo, son los tres ejes visibles que explora "El año del desierto", obra con la que el escritor Pedro Mairal se aparta radicalmente de su novela anterior, "Una noche con Sabrina Love".


Para su segunda novela, Mairal eligió una historia en la que sobran los riesgos y escasean las concesiones: con una estructura que parte de un referente verídico -un clima enrarecido similar a los episodios de diciembre de 2001- y rápidamente muta a un registro fantástico, el libro revisa 500 años de historia argentina en forma retrospectiva, desde la actualidad hasta 1492.


"Tengo ideas que me cuesta mucho trabajar y otras que me llegan así de golpe y me fulminan, como es el caso del surgimiento de esta novela. Tenía la imagen de una torre espejada reflejada sobre un pastizal. Paralelamente, cerca de 2001 me ofrecieron irme a vivir al exterior y me di cuenta de que no quería irme: tenía la sensación de que si me iba a vivir a otro país Buenos Aires iba a dejar de existir, de alguna manera", explica Mairal.


"Por otra parte, entre 2001 y 2002 hubo una sensación generalizada de caída estrepitosa. En los tiempos donde tuvimos cinco presidentes en una semana, recuerdo que en el trabajo se colgó la computadora y alguien dijo «¡Se colgó para siempre!». En el libro yo exagero esa paranoia y la llevo al extremo: instalo la velocidad de esos días y redoblo la apuesta", destaca.


"El año del desierto" arranca con el derrotero de María Neylan Valdén, joven empleada de una compañía de inversión que mientras espera a su novio en una esquina del microcentro queda atrapada en la batalla que libran la policía y un grupo de manifestantes que llega para participar de una marcha contra la "intemperie" en Plaza de Mayo.


A efectos de la ficción, la intemperie es una suerte de vendaval despiadado que arrasa con toda representación urbana y esparce un pastizal espeso allí donde antes había casas o edificios. Sobre ese escenario oscilante se despliega la historia de María, que pronto abandona su estampa de recepcionista atildada para emprender una huida que entre otros episodios la obliga a ejercer la prostitución y hasta a cometer un crimen.


"El libro empieza con un episodio parecido a la crisis de diciembre de 2001, pero que se va desplazando hasta volverse irreconocible. A partir de ahí, todo el tiempo se repite toda la historia argentina para atrás, mientras la protagonista no se da cuenta, o por lo menos no lo explicita", señala Mairal.


El sentido de tragedia que atraviesa la historia le permite al escritor establecer un puente con ciertos aspectos de la idiosincrasia nacional: "Me parece que los argentinos tenemos una afinidad por la destrucción, por la distopía, que es lo contrario a la utopía", asegura."


Hay un texto de (Roberto) Arlt que habla de las demoliciones que se hicieron en 1930 para construir Diagonal Norte y Diagonal Sur. El describe en una de sus aguafuertes cómo la gente se detiene a ver el proceso de demolición y dice en un tramo: «La destrucción es un espectáculo agradable a los ojos del hombre». En sintonía con eso, el libro está narrado en sentido inverso para narrar la caída y no el surgimiento de la ciudad".


Mairal, que logró cierto reconocimiento cuando en 1998 obtuvo el Premio Clarín de Novela con "Una noche con Sabrina Love" -luego llevada al cine con dirección de Alejandro Agresti y el protagónico de Cecilia Roth- asegura que esa intersección entre realismo y fantasía es uno de los motores de la narración.


"Me interesa siempre instalar primero lo real y cosas con las que el lector se identifica para que lo fantástico entre después con más naturalidad. En la novela empiezan a aparecer cosas raras de a poco, pero esa base realista genera una transición más tranquila hacia el registro fantástico", señala.


Si en "La peste", la obra cumbre del escritor Albert Camus que también relata cómo un episodio de pánico colectivo trastoca las coordenadas de una ciudad, se intuía la persistencia de un tejido humano solidario que permanecía inmune a la catástrofe, en "El año del desierto" sucede casi todo lo contrario: no hay resquicio para el optimismo."


Acá el tejido humano aparece como roto de entrada. Hay como pequeños vestigios y la cosa se va atomizando: la protagonista descubre que nadie te protege de nada y prospera el sálvase quien pueda. Creo que esa diferencia está dada porque Camus es un europeo y de algún modo los europeos creen bastante en el Estado y en ese tejido social", apunta Mairal.


"Para los latinoamericanos, en cambio, el Estado es el enemigo -analiza-. En mi novela ese desamparo está llevado a un extremo, como si la intemperie fuera humana antes que física o geográfica". (Télam)


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“Me gustó trabajar con la paranoia de la clase media”


literatura - pedro mairal habla de “el año del desierto”

El escritor se refiere a su último libro, al que califica como “una novela antihistórica”. Utilizando el recurso del “tiempo al revés”, describe una Buenos Aires que se va borrando con los pastizales que avanzan sobre la ciudad.

Por Silvina Friera


“¿Qué pasará con lo que escribo?”, se preguntó hace unos años un joven escritor argentino que ni siquiera soñaba con mirar los partidos desde el banco de suplentes. La respuesta excedió lo que él imaginaba. Su primera novela, Una noche con Sabrina Love, ganó el premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine dos años después. “Si tenía un gran deseo de hacer ruido, ya está, lo hice y me sirvió para bajar la ansiedad”, confiesa Pedro Mairal con una sonrisa burlona, como si mirara de refilón los efectos colaterales de ese pasado no tan lejano. Eligió hacerle un caño a tanta exposición mediática y atrincherarse en la poesía “porque tenía mucho ruido en la cabeza”, que le impedía escribir. “Tuve que bajar la persiana porque me llamaban para opinar si a los argentinos les gustan rubias o morochas.” Y la bajó antes de convertirse en un opinólogo profesional, o en la “joven promesa” de la literatura argentina que pretende meter un gol de media cancha con un libro por año. “Imaginate lo que significaría eso –bromea en la entrevista con Página/12–. Te podés frustrar y amargar mucho. Yo quiero escribir mis cosas, si gustan bien y si no...” Mairal acaba de publicar El año del desierto (Interzona), novela que arranca con unos “disturbios” en una marcha contra la “intemperie” en Plaza de Mayo, narrados desde la perspectiva de una joven empleada, María Valdés Neylan, que trabaja en los últimos pisos de una torre, que se llama sugestivamente Garay, sobre la calle Reconquista.


La intemperie avanza, arrasa con las familias, las casas y disloca la vida de esa mujer que termina trabajando como prostituta, comete un crimen y escapa de una ciudad que cada vez se reduce más sobre un campo que se expande. María salta del vacío de la “civilización” hacia la “barbarie”, del 2001 a 1492. “El libro empieza con un episodio parecido a la crisis de diciembre de 2001, pero desplazado como en los sueños en donde las cosas son pero no son. Es como si esa especie de aceleración que hubo en esos días de cinco presidentes siguiera –subraya Mairal–. Me gustó trabajar con la paranoia de la clase media. El miedo es siempre un material interesante”.


–¿Por qué?


–El miedo es un gran generador de historias, especialmente la paranoia, que es como una usina de relatos. Sacarle un poco de ventaja al miedo es una manera de ganarle. Me parece que en 2001 hubo mucha paranoia provocada un poco por la desinformación y por una sensación de colapso muy grande, pero no creo que la novela se me haya ocurrido por esa crisis.


–¿Qué fue, entonces, lo que generó El año del desierto?


–En un momento tuve la chance de irme a vivir afuera y me di cuenta de que si me iba, una parte mía se moría. De algún modo, soy la ciudad en la que vivo; me producía una especie de extrañamiento irme a otro lugar en donde todo me iba a resultar ajeno. Esa posibilidad disparó esta historia de una Buenos Aires que se va borrando con los pastizales que avanzan sobre la ciudad. Después apareció la máquina de la historia: la lógica del tiempo al revés. A veces se me ocurren ideas que tengo que tirarlas de los hilos y que me dan mucho trabajo, pero esta idea del tiempo al revés apareció como un virus que se ramificaba en mi cerebro. Escribí una novela anti-histórica, una burla de la novela histórica; agarré la historia argentina como los chicos que rompen un juguete para ver cómo está hecho.


–Aunque sea una burla de la novela histórica, ¿intentó comprender el pasado argentino?


–No sé si traté de comprender el pasado o el tiempo en su totalidad, en un sentido poético, donde están presentes el pasado y el futuro. Estuve a punto de poner un epígrafe que dice: “el tiempo es la manera en que la naturaleza evita que todo suceda de golpe”. No quería tanto comprender el pasado como acumular el tiempo. Tuve que investigar mucho sobre cómocreció Buenos Aires. Trabajé con fotos viejas, fui al Archivo General de la Nación, y leí algunos libros de Adrián Gorelik en los que se refiere al crecimiento y a los proyectos en conflicto en la ciudad, que están cristalizados ahora en la arquitectura. Estudié el crecimiento de Buenos Aires para mostrar, en la novela, cómo se iba reduciendo la ciudad.


–En el recorte de los momentos históricos por los que atraviesa el personaje femenino, ¿prevalecieron los criterios literarios?


–Sí, pesaba más lo literario. A mí me interesaba mostrar una Buenos Aires sintáctica, donde si el personaje atravesaba Diagonal Norte y Suipacha, pasaba por el lugar donde lo mataron al rufián melancólico de Arlt en ese momento, como si existiera una Buenos Aires hecha de párrafos de la literatura argentina.


–Entre esos párrafos, en su libro hay un énfasis puesto en la literatura gauchesca. ¿Es algo que surgió a partir de la escritura o que le viene de antes?


–Siempre me interesó la literatura gauchesca. El personaje de El bonaerense, la película de (Pablo) Trapero, es como Martín Fierro. Para que no vaya preso lo meten en la policía, pero no puede salir de ese reclutamiento forzoso que lo aleja de su lugar. El Martín Fierro es una historia que puede suceder ahora. A un chico de 18 años lo meten en la policía; cuando regresa a su casa, quizá su novia ya no está, alguien le tomó la casilla, empieza a tomar vino en la esquina, se escapa de su trabajo de policía y no quiere volver, pero se queda con el arma, pasa a ser como un forajido y lo empiezan a perseguir. La persecución del Estado sobre el individuo es un tema eterno. El maltrato del Estado a las personas sigue estando muy presente. A mí me impresiona mucho la actualidad que tiene el Martín Fierro.


–¿Por qué optó por contar la historia desde la perspectiva de una mujer?


–Si hubiese sido un hombre (en el capítulo dos probablemente lo hubieran matado al insertarse en las guerras), tendría que haber sido un desertor que estuviera todo el tiempo escapándose. Desde la perspectiva de una mujer, que atraviesa la pesadilla de la historia argentina, podía contar la historia de la violencia como un telón de fondo en el que ella siente cómo repercute toda esa violencia sobre la vida privada.


–La novela se hace más fluida a medida que se interna en el pasado. ¿Es más complejo escribir sobre el presente?


–Sí, lo más difícil es hablar de tu propia época y mostrar tu cuadra porque tenés un filtro delante de los ojos que te impide ver realmente las cosas.

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"Me llevó cinco años recuperarme de haber sido ´una joven promesa´"

Diario Clarín, 24 de enero de 2006

CULTURA : PEDRO MAIRAL, PREMIO CLARIN 1998 POR "UNA NOCHE CON SABRINA LOVE"
El escritor saca "El año del desierto", su primera novela a siete años de su gran éxito.

por Diego Sasturain.


ESPECIAL PARA CLARIN


El encuentro fue pactado en su estudio, un monoambiente despojado y silencioso con vista al Parque Las Heras donde Pedro Mairal pasa casi todas las mañanas trabajando.


En 1998, obtuvo con su primera novela, Una noche con Sabrina Love, el Premio Clarín de Novela, siguiendo las recomendaciones de un triunvirato de "Cervantes": Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante. Recientemente apareció su segunda novela, El año del desierto. Se trata de una obra extraña, que narra las peripecias de una joven de 23 años a través de un proceso fantástico, o metafísico, que comienza a sufrir la Argentina: el retroceso del tiempo y, a la vez, el avance de la "intemperie", quizás un nuevo nombre para lo antes llamado "el desierto" o "la extensión", tema recurrente en nuestra literatura.


—Tardó más de siete años, después de Sabrina Love, en publicar otra novela. ¿Por qué?


—¿Cuánto pasó? El premio Clarín fue en el '98... cinco años hasta que empecé a escribir una novela, en enero de 2003. Tardé, primero porque yo también escribo otras cosas. Durante este tiempo escribí poesía y saqué un libro de cuentos. También supongo que necesité refugiarme un poco porque el nivel de exposición fue bastante grande y tuve esa especie de papel de joven promesa: "a ver qué novela va a sacar éste ahora", y eso me puede haber frenado un poco. Fueron cinco años de digerir esa experiencia, porque además estuvo la película, fue todo muy movilizador. Me refugié escribiendo una especie de diarios personales falsos, porque no eran cosas que me pasaban a mí, sino cosas que se me ocurrían, pequeñas historias, cosas que se me ocurrían... y pensaba "esto no se lo muestro a nadie". Eso me sirvió para recuperar un silencio de escritura, que me parece que uno necesita.


—¿Qué recepción hubiera tenido la novela si hubiese aparecido cuando la sensación era de crisis total?


—Hubiese caído mal, de hecho a la novela le saqué como cincuenta páginas, porque había una primera parte muy pegada al 2001, a la caída económica. Por suerte pasó bastante tiempo y a los dos años pude leer eso y darme cuenta de que había quedado muy pegado a la época, al corralito, a la caída de De la Rúa. Y había partes que te daban la sensación de que eso ya lo habías leído. Esa es una relación que tiene el periodismo con la realidad, la literatura es diferente. Para mí es muy útil agarrar y servirme de la actualidad como si hubiera pasado hace mucho tiempo.


—Lo que primero llama la atención de El año del desierto es el avance de la intemperie, el retroceso acelerado en el tiempo.


—Yo me acuerdo de haber tenido una imagen muy específica, de una torre de esas del microcentro, muy espejadas, en medio de un pajonal. La torre del poder económico en el medio del pastizal, casi como un lápida gigante. Esa era la imagen a la que quería llegar. A mí hay ideas que se me ocurren muy de a poco, tengo que tirar de los hilos, tengo que ver cómo termina, pero cuando vi la máquina del tiempo esa, me cayó de golpe la novela en la cabeza. Me di cuenta de que tenía que empezar en la actualidad y el pastizal venir avanzando desde el conurbano, comiéndose la ciudad, y el tiempo tenía que ir para atrás...


—La novela podría situarse en la tradición argentina de la tensión entre la civilización y la barbarie.


—La barbarie no está lejos, está un pasito al costado. Mi novela pone en acción en cámara rápida cosas que acá suceden todo el tiempo. Y si vos acelerás un poquito, por ejemplo el tiempo de la caída de De la Rúa, cuando hubo cinco presidentes en diez días o algo así, yo creo que no inventé nada. Simplemente tomé esa velocidad de destrucción para acelerarla y continuarla y contarla para atrás, porque la destrucción lleva para atrás, te vuelve a las tribus...O como escribió Mairal en un pasaje de El año del desierto: "Debajo de la ciudad, siempre había estado latente el descampado".



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Un relato sobre el pasado reciente


por Soledad Quereilhac


Tras haber obtenido el Premio Clarín-Alfaguara en 1998 con su primera novela Una noche con Sabrina Love (luego llevada al cine por Alejandro Agresti), el escritor argentino Pedro Mairal extendió su producción hacia otros géneros: publicó el libro de relatos Hoy temprano (2001) y retornó a la poesía con Consumidor final (2003), género con el que había debutado en 1996. Ahora, en su segunda novela, El año del desierto, Mairal imagina una prolífica y fantasiosa variación de la crisis Argentina de 2001, en la que el "desierto" -voz con que el siglo XIX nombró a la pampa- va avanzando sobre la ciudad y va invirtiendo temporalmente el curso de la civilización. Original y lúcida en su juego con la historia tanto política como literaria del país, la novela se erige sobre una idea potente que se debilita, empero, pasada la mitad de sus páginas.


La narración está acotada a la primera persona de María Valdés Neylan, una joven secretaria nieta de irlandeses, que trabaja en la torre Garay, imaginario aunque posible edificio de oficinas del Bajo porteño. La Buenos Aires que ella habita y describe va develando, progresivamente, las marcas de la ficción: las marchas de protesta que suelen realizarse en la Plaza de Mayo son en este caso "contra la intemperie"; las torres de las financieras que gozan de "la altura de la economía global" carecen de sistema informático; la televisión ya no produce programas y se dedica a reciclar cintas de archivo, mientras hace caer en "coma catódico" a miles de televidentes adictos.


Estas marcas pronto arman sistema con el estado general de crisis y regresión histórica que padece el país de la novela: por causas no explícitas, la crisis toma la forma de un avance de la "intemperie" por el cordón urbano bonaerense y con ello no sólo se produce la "invasión" de la ciudad por parte de los habitantes que viven en las afueras, sino que la historia misma comienza una cuenta regresiva hacia etapas anteriores del pasado nacional. Espacialmente, el territorio argentino se ve arrasado por el vendaval de la pampa, mientras que, en términos temporales, el país vuelve a la dictadura militar, la hiperinflación, el peronismo hasta llegar a los años de la fiebre amarilla, el gobierno de Rosas y la conquista. En un claro diálogo con las lecturas que, desde Sarmiento hasta Martínez Estrada, han armado dicotómicas luchas entre la ciudad y el campo, la novela articula el estado de crisis con esa idea tan recurrente en ensayos como La cabeza de Goliat: "Debajo de la ciudad, -apunta María- siempre había estado latente el descampado".


Las referencias a la historia de la ciudad y sus interpretaciones se mezclan, asimismo, con inclusiones de personajes o pasajes memorables de la literatura argentina. Cuando las calles del Barrio Norte comienzan a ser invadidas por asentamientos y la policía coloca forzosamente en sus edificios a las personas sin hogar, aparecen los hermanos de "Casa tomada" (famoso relato de Cortázar), que ocupan ahora el departamento de la protagonista. El poema de Borges "Fundación mítica de Buenos Aires" es reescrito por una vecina de María y, ya avanzada la novela, cuando de la ciudad no quedan más que pastizales, aparecen los hermanos del relato "La intrusa", escrito también por Borges.


Sin embargo, este atractivo entramado, sólido narrativamente por cómo va construyendo las marcas de la disolución de la historia, termina cayendo preso de un afán de repetición, sin lograr trascender la instancia de "construcción de un marco" para la trama. Si bien al principio, la parodia de los miedos de la clase media y sus berretines asambleístas o la fina gradación de elementos anacrónicos dentro de la ciudad preparaban el clima propicio para el desarrollo de una buena historia, a medida que se avanza en la novela se asiste a una sumatoria de episodios previsibles y linealmente apegados a ese juego de inversiones del pasado nacional.


De estructura lineal y narrada por una voz que va perdiendo personalidad a medida que proliferan sus peripecias, esta novela extrae sus mayores logros de la revisión paródica y fantástica del pasado reciente; luego de ese brioso impulso inicial, el mismo autor padece el esfuerzo de gobernar y poblar literariamente el desierto.





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COMPOSICIÓN DE LUGAR


Diario Perfil, Cultura, domingo 26 de febrero de 2006

por Hernán Arias

En El año del desierto –su segunda novela- Pedro Mairal registra el debilitamiento del Estado y el veloz embrutecimiento de los argentinos en los avatares de un único personaje: María. En la página 223, la protagonista y narradora de esta historia nos dice “Yo, que unos meses atrás atendía teléfonos en una oficina con piso de moquette, que traducía cartas al inglés vestida con mi tailleur azul y mis sandalias, ahora hundía las manos en la sangre caliente, separaba vísceras, abría al medio los animales, despellejaba, buscaba coyunturas con el filo”.

El año en cuestión –en el que todo se corrompe o se descompone- parece ser el 2001. El lugar, la Argentina. Todo lo demás corre por cuenta de la imaginación de Mairal, que elige la voz de una chica superficial para hablar del paso del orden al caos, de la civilización a la barbarie, o, si se quiere, de un tipo de organización más sofisticada y pacífica a otra más rudimentaria y violenta. De golpe, entre movilizaciones y piquetes, algunas instituciones del Estado empiezan a replegarse mientras que otras, como el ejército, se fortalecen. Esta confusa sensación de amenaza y desprotección arrastra a los habitantes de Buenos Aires –que se sienten, una vez más, invadidos por el interior, por “la intemperie”, por “el desierto”- hacia lo que parece ser un viaje en el tiempo: poco a poco la burocracia y la tecnología –en todas sus formas- desaparecen, y reaparecen prácticas asociadas a un estado primitivo del hombre, como la poligamia, la esclavitud, el canibalismo o el trueque.

El año del desierto, a diferencia de la premiada y más convencional en su armado Una noche con Sabrina Love, es una novela de iniciación, pero al revés. María, lejos del espíritu y el recorrido de Perceval, no se forma en los valores de una moral supuestamente elevada, sino que se envilece al extremo de llegar a matar experimentando placer. Con una prosa descriptiva que se apoya en la minuciosa observación de lo cotidiano, el autor apuesta a una narración veloz –por momentos vertiginosa- para registrar las sucesivas etapas de ese aprendizaje. La historia de esta secretaria y su sorprendente transformación –se convierte en enfermera, en prostituta, en campesina, en esclava...- puede ser leída de muchas maneras, pero es una la que se impone.


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Un país bajo el acecho de la nada


Diario Clarín, Revista Ñ, domingo 11 de marzo de 2006

En su segunda novela, Mairal imagina una Argentina apenas futurista, en la que todo -edificios, calles, nombres- se disuelve lentamente en un desierto inhóspito.


por Daniel Viglione

En El año del desierto, la última novela de Pedro Mairal, el tiempo da un gran salta hacia atrás, a toda velocidad. En un abrir y cerrar de ojos, la historia de la Argentina pasa de la civilización moderna a los tiempos de la barbarie: la ciudad de Buenos Aires comienza a desaparecer tras el avance de la intemperie; cada una de las calles o avenidas de la Capital -con todo su esplendor contemporáneo- va transformándose en un inmenso e inhóspito baldío.

El tiempo -ese tiempo que progresivamente va desdibujándose junto con la historia y el paisaje- retrocede implacablemente: allí donde hubo casas o enormes edificios espejados ahora se ha transformado en la nada o casi la nada, sólo pastizales y aguadas dispersas; allí donde hubo empresarios, con lujosos trajes y modernos celulares, ahora sólo son hombres sin más oficio que el de sobrevivir... quizá con los mismos hombres de antes, pero en harapos, conformando tribus, reinventando la lengua.

El año del desierto podría resumirse como la historia del deterioro de una sociedad que vive insegura, angustiada y con miedo. Al menos así es como lo siente la protagonista de la novela, María Valdés Neylan, una joven secretaria de 23 años que debe enfrentarse -y también sobrevivir- a todos los cambios que va produciendo la intemperie: algo que se aproxima y que crece desde el conurbano hacia la Capital, una oleada que a su paso va destruyendo inexorablemente todo lo que encuentra, incluyendo las casas y sus familias. "Venía mucha gente. Venían al Bajo para sacarse el susto. El campo se estaba comiendo la ciudad. Y todos buscaban el Bajo como si el declive mismo los trajera. Huían por un rato de la oscuridad, del pánico a las epidemias, de la amenaza lenta del desierto."

Así es como María irá viviendo eso que comienza con una manifestación y unos disturbios en Plaza de Mayo (hechos que se asemejan a la crisis de diciembre de 2001) y que termina en una desolada Buenos Aires donde "sólo se veía una franja de tierra en el horizonte, sin puntos de referencia, cada vez más delgada".

En El año del desierto, tanto para la protagonista como para el resto de los personajes, todo sucederá muy rápido; en ese tiempo al revés, ella pasará de ser secretaria a enfermera en un hospital; después terminará trabajando en un inquilinato para luego convertirse en prostituta y más tarde, tras cometer un asesinato, en prófuga. El salto a los tiempos de la barbarie se produce en un guiño imperceptible: María Neylan escapará de la ciudad, pero luego será tomada cautiva... El resto es un desenlace hacia el final, ciertamente poco esperado.

El año del desierto, publicada siete años después de la aparición de Una noche con Sabrina Love (Premio Clarín 1998), sorprende por su temática y por la fluidez en cómo está escrita la historia, sobre todo en los capítulos en los que el pasado parece una huella fresca del presente. En una entrevista reciente Pedro Mairal dijo: "La barbarie no está lejos, está un pasito al costado. Mi novela pone en acción en cámara rápida cosas que acá suceden todo el tiempo. Y si vos acelerás un poquito, por ejemplo, el tiempo de la caída de De la Rúa, cuando hubo cinco presidentes en pocos días, creo que no inventé nada. Simplemente tomé esa velocidad de destrucción para acelerarla y continuarla y contarla para atrás, porque la destrucción lleva para atrás".




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"Me pareció a la vez imaginativa y sólida la novela El año del desierto de Pedro Mairal, que cruza hilos de una tradición literaria como la de Bioy Casares con la energía narrativa de un Oesterheld en su zona de ciencia ficción, empezando por El eternauta". (Elvio Gandolfo, en suplemento Cultura de Perfil.)



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"El futuro convertido en pasado", por Antonio Jiménez Morato en Vivir del cuento.


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"Durante años escribí como una mujer", entrevista en ABC Cultural, Madrid, 2010


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"Puntería Metafórica", Babelia, El País, por J. Ernesto Ayala-Dip, agosto 2010


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