Nuevos tiempos argentinos

Revista Quimera, diciembre de 2010

Marco Kunz

EL AÑO DEL DESIERTO Pedro Mairal
Salto de Página. Madrid, 2010. 308 págs.

SALVATIERRA Pedro Mairal
Barcelona. El Aleph, 2010. 136 págs.

Hay libros nuevos que no lo son tanto, como las dos novelas del argentino Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) que Salto de Página y El Aleph brindan a los lectores españoles. Ambas se publicaron en Argentina hace varios años y tuvieron a la sazón un notable éxito de crítica, por cierto bien merecido, ya que El año del desierto (2005) y Salvatierra (2008) dan prueba de la originalidad de un narrador que tiene el potencial de figurar entre los escritores más interesantes de la literatura hispanoamericana contemporánea. Con una prosa sobria y precisa, sin adornos retóricos ni digresiones superfluas, Mairal se concentra en contar historias que fascinan por el papel que el tiempo desempeña en ellas. En El año del desierto, una crisis ecológica y económica provoca una rápida evolución regresiva de la civilización, de modo que desaparecen, uno tras otro, todos los logros tecnológicos y sociales de la modernidad, mientras que en Salvatierra un pintor mudo, homónimo de la novela, deja al morir una especie de diario pictórico en forma de un lienzo enrollado de cuatro kilómetros de longitud. El tiempo sigue fluyendo hacia el futuro, pero Mairal narra en El año del desierto la inversión de la historia y en Salvatierra, un intento, por parte del pintor, de fijarla con medios artísticos, así como los esfuerzos de sus hijos por comprender el pasado a través de la interpretación de la pintura heredada.

El año del desierto es una excelente novela distópica que ofrece una visión pesadillesca de un porvenir catastrófico, una especulación fabulada sobre lo que podría ocurrir si los vates apocalípticos tuvieran razón con sus profecías aciagas y, en el nombre del conservadurismo más retrógrado, se anulara todo progreso bajo el pretexto de contrarrestar la crisis. El desierto es la pampa argentina que, por causas no explicadas, se extiende con una rapidez asombrosa e invade las ciudades: los muros se desmoronan, las casas caen en ruinas, la vegetación crece a un ritmo vertiginoso y los comestibles se pudren en poquísimo tiempo. Los habitantes de las provincias huyen a la capital, pero las autoridades de Buenos Aires les cierran la entrada porque ya no cabe más gente en los edificios atestados de refugiados. En las calles se enfrentan manifestantes y policías en violentas escaramuzas, y los suburbios han sido ocupados por los guerrilleros. Así comienza una hecatombe nacional, causada por la intemperie, en la que coinciden el cambio climático y el derrumbe del sistema económico, con el resultado de que el país sufre un retroceso civilizatorio que lo regresa de comienzos del siglo XXI a la época precolombina. Mairal no cuenta el tiempo al revés, como lo hizo, p. ej., Alejo Carpentier en su Viaje a la semilla, sino que se imagina un proceso de regresión cultural de la humanidad en un tiempo irreversiblemente progresivo. Primero la escasez de electricidad obliga a renunciar al uso de ordenadores y a restringir las horas diarias de tele, hasta que las pantallas quedan totalmente vacías; después se restringen los derechos civiles, los espacios urbanos se reducen cada vez más, los coches y trenes son sustituidos por caballos y carrozas, los billetes de banco son devaluados y reeplazados por monedas, antes de que el dinero quede definitivamente abolido por el comercio de trueque, el cristianismo más fundamentalista acabe con la libertad de pensamiento, la mayoría de los ciudadanos abandone la capital devastada y se organicen en grupos tribales que hablan un español indigenizado, y finalmente los últimos supervivientes porteños se suban a un barco para cruzar el mar rumbo a Europa, repitiendo, en dirección inversa, el viaje que hicieron los conquistadores españoles en el siglo XVI.

Exiliada en el Viejo Mundo, la yo-narradora, María Valdés Neylán, recupera el habla que había perdido en la odisea que empezó con un puesto de secretaria en la (ficticia) torre Garay, uno de los rascacielos más lujosos de la capital (no por casualidad tiene el nombre del segundo fundador de Buenos Aires), y la llevó a la deshumanización extrema al sufrir la esclavitud entre salvajes, pasando por los albergues del puerto, donde limpiaba las habitaciones de los emigrantes (ya no los que llegaban como hace un siglo, sino los que partían para Europa), y por un burdel en que se veía obligada a prostituirse, mientras se callaban los tangueros por falta de público y el último bandoneón, caído en desuso, fue devuelto a Alemania donde había sido inventado. En El año él desierto se vuelven a producir, en sucesos análogos condensados en doce meses, las principales napas no sólo de la historia política de Argentina -las dictaduras militares, el peronismo, las guerras del siglo XIX. etc.- sino también de su literatura: encontramos reminiscencias de Borges, Arlt, Cortázar, recuerdos de El matadero y La cautiva de Echeverría, episodios calcados sobre la literatura gauchesca, y toda la novela gira en torno al gran tema del Facundo de Sarmiento, el antagonismo de civilización y barbarie, que en la versión de Mairal termina con el triunfo de esta última. También hay un homenaje a James Joyce en este denso tejido intertextual: (liando un marinero irlandés le ofrece a María llevarla sigo a su país y ésta renuncia a acompañarlo en el momento del embarque, reconocemos el desenlace del cuento "Evelyne" de Dublineses. Tampoco falta en esta ficción del tiempo la referencia a Orlando de Virginia Woolf, que fue una de las autoras preferidas de María en la época en que todavía existían libros.

El año del desierto destaca por la lógica inquietante con que se encadenan los acontecimientos de la regresión evolutiva: cada paso atrás se justifica como consecuencia de la catástrofe climática, la crisis económica y energética, la escasez de materias primas, los disturbios políticos, etc. Además hay en esta novela cautivadora una buena dosis de humor negro, p. ej, en el caso de los televidentes obsesivos, que caen en un "coma catódico" cuando se ven privados de sus programas favoritos y a los que los médicos aplican un curioso método de eutanasia que consiste en apagarlos apretando el botón de "off" en su control remoto. A pesar de haber llegado a Europa con cinco años de retraso tantos como dura el silencio de María antes de empezar a contar su historia, El año del desierto es uno de los descubrimientos más convincentes que ha deparado la narrativa hispanoamericana en los últimos años.

Más corta y modesta, Salvatierra no desmerece. En una historia sobre el poder del arte que prescinde totalmente de teoría de reflexiones abstractas, Mairal logra hacernos ver los paisajes de ambas orillas del río Uruguay y las escenas de amor y violencia que Juan Salvatierra pintó en los largos rollos de tela que Miguel, su hijo menor, examina en busca de las claves del pasado, sobre todo de un año misterioso que debe estar representado en el único rollo que ha desaparecido y que Miguel espera encontrar en Barrancales, el pueblo de su infancia. No sólo aprende muchas cosas sorprendentes sobre su padre, sino que también descubre que el cuadro, que documenta sesenta años de una vida silenciosa dedicada a la pintura, no es infinito, sino circular, pues para Salvatierra el tiempo no era una interminable línea recta, sino que se cerró en un bucle ante la inminencia de su muerte: "los peces y círculos del agua pintados en lo que habíamos creído el borde final del último rollo del cuadro se ensamblaban perfectos con los círculos del agua y los peces de lo que había sido el primer borde pintado de Salvatierra cuando tenía apenas veinte años". El tiempo, dimensión en que se mueve toda narración, revela ser el protagonista de estas dos novelas de Pedro Mairal que demuestran el talento de un escritor descomunal.