Tigre como los pájaros



Pedro Mairal




(Botella al mar, 1996)





TAN LEJOS DE LOS DIOSES

El hombre, tan omnívoro y callado,
metiéndose en la ropa, atravesando
hileras de botones que se abren
o patíbulos, puertas o tristezas,
bajando en ascensores al invierno,
bostezando, subiendo a colectivos
que pegan coletazos de colores
en todas las esquinas, detestando,
viajando entre sus prójimos lejanos,
tan frágil, vertical, embotellado,
tan buscador, tan lejos de los dioses,
trasnochado mamífero embustero
que emana de la boca de los subtes,
que fuma, tan mendigo del asombro,
tan rey cuando le lustran los zapatos,
tan peatonal y bípedo sin cielo,
regresando con tráfico en las venas,
cautivo en geometrías y bullicio,
soñando alcantarillas, despertando.
Tan asfáltico, el hombre, tan urbano.






LA ESPERA

El tiempo se ha trabado en la herrumbre de mi espera.
La vertical del sol
sin una sola sombra.
Las ansias en el toro que no embiste:
las cuatro patas negras
clavadas en la arena.
Los siglos que ya lleva
sin parpadear la esfinge.
El David sepultado en la cantera
esperando que llegue Miguel Angel.
Calma chicha en un lago de la puna,
el indio masca coca allí en la proa,
la vela desmayada cuelga inerte,
el agua como un vidrio.
Los soldados aqueos respirando
en lo oscuro del vientre del caballo.
El áspero silencio que da el disco
cuando va a comenzar la sinfonía.
Sombreros en el aire.
Un picaporte inmóvil.
El invierno goteando en el pasillo.
El tiempo de las grutas y los zapatos huecos.
Los gestos detenidos en los cuadros.
Y esperarte en esta mesa yerma,
esperar a que se abra aquella puerta
para que entres y gire el engranaje
y entonces sople el viento, embista el toro,
recobren el aliento las estatuas,
y en los cuadros la vida continúe
y caigan los sombreros
y la lluvia,
y el tiempo se destrabe con su música.





PABLO PICASSO

bebo mi sangre y pinto
pero antes bebo mi sangre
roja como la sangre de los toros
como la sangre de las pálidas doncellas
baba roja el cielo rojo
la sangre de los toros de mi sangre
las doncellas de mi sangre
la roja sangre entre los muslos
de la doncella violada por el toro
babeada por el toro
la baba del recuerdo de la doncella
la baba roja todo me bebo
la doncella velando al toro muerto
la doncella galopando sobre el toro
el toro bebiendo de la melena
de la doncella dormida
el sueño rojo el poema rojo todo me bebo
baja por la garganta
el toro con sombra de doncella
la doncella con sombra de toro
soy toro
doncella
sombra de la sangre de la doncella del toro
una doncella negra un toro pálido
sombra roja que me bebo
el toro pariendo una doncella
la doncella devorándose al toro
una doncella atorada en la garganta
un toro adoncellado en la sangre todo me bebo
todo
doncella y toro y pinto
después pinto
cesa la copa la sangre
doncella con menstruaciones de toro
toro con cornadas de doncella
las dos cosas en mí
doncella y toro






DESDE EL CAFÉ

Revuelvo mi café
y le doy fuerza al día con lentas espirales.
Se echan a andar las horas
desde ese sol formado en el impulso.
Gira la espuma tibia del alba de las calles,
gira el amplio fragor en la mañana,
doblan los colectivos de colores
que viajan hacia el centro
del negro remolino,
rodean el azúcar y las plazas,
toman la curva, suben las mujeres
con sus ojos enormes y se bajan
perdiéndose en la rueda de los vientos.
Se desenrosca así la madrugada,
desde la taza arranca
para mezclar las vidas,
los pálidos oficios que pesan en las manos
por la ciudad redonda, gira y gira
y la espiral se expande
desde el café, la luz del movimiento
que enreda la jornada
da vueltas alejando la sombra de la tierra,
hace rodar los astros,
un gesto circular
que inicia la torsión del universo,
revolver el café, dar cuerda a la galaxia.
¿Acaso la cuchara de Dios indiferente
gira en el zumo oscuro del espacio?





FUENTE CON UVAS Y PERAS

La fruta sobre el llano de la mesa.
En la fuente, unas peras, unas uvas.
Las peras amarillas de siestas bajo el cielo,
las uvas casi negras, casi rojas, violeta.
Racimos desbordantes,
colgando en la molicie de los dones.
¿Qué noches de oscuridad espesa,
qué lluvias hay detrás de sus colores?
Al fondo de su aroma,
¿qué dulce peligro se pasea?
Peras del sur con uvas del oeste
reunidas sobre una mesa humana.
Habrá que detener aquí esa vida.
La tierra se hizo fruta
y esa fruta más tarde será sangre.
Pero yacen ahora en el silencio
de su propio milagro.
Irradian el violeta, el amarillo,
desnudas, relumbrando en la vehemencia,
guardando la dulzura voluptuosa.
Qué evidente que se hace en los racimos
su condición de ofrenda:
de vástagos resecos
emanan las uvas populosas,
de la dura madera de unos árboles
las peras surgen blandas y amarillas.
Regalos deslumbrantes, copiosos alimentos,
en la ciudad, qué lejos que se encuentran.
Habrá que detener la vida en versos
y remontar los círculos frutales,
llegarse hasta sus lluvias,
hasta su sangre de cielos y de campos,
morder para aceptar
la pulpa de los dones,
gustar el amarillo de las peras,
hacer sangre el severo
violeta de las uvas.
Habrá que dar las gracias, detenerse,
mirar sobre la mesa los frutos y la gloria.



LA MANSA TRAVESÍA

Los pies, los besadores de la tierra,
hacia la pierna el ángel del tobillo,
tibia ascensión de piel,
perfil de la penumbra
que sube por el muslo hacia la luna,
un territorio incierto,
un suave advenimiento
de cumbre de la mansa travesía,
luego la altura dócil,
reposada cadera del imperio,
maja dormida, venus sin espejo,
y un desbarrancamiento a la cintura,
un resbalar de luz hasta el olvido
para seguir subiendo
la hedónica ladera de la espalda,
torácica prisión, dorso del alma,
después la curva clara,
la música del hombro,
el cuello desvalido
y desde allí fluyendo caudalosa
la oscura cabellera hasta la sombra.




FONDA DEL BAJO

Hay un rumor de voces en la fonda.
Sobre las mesas brazos o botellas,
sueños tumbados.
Y las sillas sentadas como gente.
Acodado en la barra,
de poncho blanco al hombro,
el mozo es el espectro de un caudillo.
Hay diálogos cambiantes como el alto
vapor de las comidas:
verduras, trigo, peces, animales,
traídos hasta aquí para ser sangre,
ser el cuerpo del hombre que mastica.
Se oyen las soledades,
llega el castañetear de platos blancos.
No hace mucho este sitio era una orilla.
Queda sola mi mesa sobre el llano
y las olas me mojan los zapatos,
agita mi mantel la sudestada,
arriba las estrellas, junco y barro,
pero vuelve la fonda nuevamente.
Al amparo de luces amarillas
la gente se ha ensañado en sus cubiertos.
Mi sopa es el naufragio
de un ángel y su larga cabellera.
Cuando se acabe el vino,
voy a pagar con próceres de todos los colores.
Soy simplemente un hombre
que parte con las manos el pan de cada noche
y despacio comulga con la vida.




LIGAZÓN

Ella desnuda y yo desnudo
y no hay mucho más que me importe.
Las cosas caen al suelo
como habiendo estado siempre en ese sitio,
así caigo yo en ella.

Ella apunta sus rodillas
hacia dos constelaciones
y es entonces la pelviana letanía,
la ligazón oscura con la tierra.




POSTA DEL RESUELLO

Yo sé de la luz blanda de tu departamento,
de siestas como un tímido suicidio.
Libros de anatomía con dibujos
de brazos otorgando sus arterias,
con voces como sacro, laringe, línea alba.
O puntos del espacio
donde dormí tranquilo,
pozos de mí cual trampas
en los que caes a veces y me extrañas.
La cola de tu gata dirigiendo
la música barroca de tus actos:
abrir una ventana, hojear un libro,
bañarte con el agua como un río
que baja por la tierra.
Unas monedas dentro de una caja
guardando griteríos entre hermanos.
La tenue aspiradora desmayada
en un rincón detrás de la mañana.
Nostálgicos idiomas, fragores europeos,
que emanan de tus fotos escondidas.
Toda la claridad, toda tu casa,
dulce guarida, posta del resuello.
Pueden llevarme allí como dormido
un colectivo diáfano de barrios,
un místico ascensor, un par de llaves.







*








Me sumerjo en la oscuridad o en el agua
con el cálido temor de emerger en otro lado.





*








OFRENDA

Tengo la edad en la que mueren los caballos,
la edad en la que el árbol
se ofrece entero al cielo.
Mi miedo es una fauna secreta que me busca,
del mar soy sólo un número de olas.
Tengo dientes y penas y zapatos,
tengo una fiesta eterna que a veces me convoca.
Conozco a una mujer, tal vez, salvo el misterio
de la panza de estrellas de la noche.
Yo no sé cuántos soles le quedan a mi pecho,
yo sé que ha sido bueno vivir y alzo estos años
como una ofrenda ardiendo.
Por encima del toro de sombra de los días,
por encima del asco y el miedo y los espejos,
he llegado hasta aquí.



DESPEDIDAS


Y uno se despide en terminales
donde todo se rompe,
donde se barre de madrugada con esos largos
escobillones el aserrín de la tristeza,
donde hay máquinas gigantes
con motores de furiosos y negros
caballos de fuerza
para partir en dos el mundo,
el cielo que amparó una convivencia,
para cortar raíces, cabos de sangre, amores,
para desenlazar almas rompiendo,
desgarrando los vínculos trazados por un tiempo
de nítida amistad bajo las nubes.
Todo con esa levedad del ómnibus
que deja atrás las estaciones,
el tráfico de pueblos o ciudades
que de a poco se atenúan en suburbios
a medida que se hunden los altos edificios
y crecen los jardines
hasta el primer caballo en un baldío,
las últimas esquinas,
y esas ruedas como unos soles muertos
que ya no se detienen,
la tierra aflora en surcos,
se ensancha el desamparo, la pobreza,
luego es la soledad de la llanura,
el campo abierto, ausente.
¿Y el que quedó detrás, en terminales,
inmóvil y con ese brazo en alto,
el siempre despeinado
por el viento de la eterna despedida?















Quiero esa fe de los pájaros
cuando se arrojan al aire.














POR ESO



porque yo me desierto y tú me lluvias
porque me océano y me balsas
porque me otoño y tú me hojas
porque me sótano y me alas
por eso yo te músico y me músicas
por eso yo te potro y tú me frutas
y yo te marinero y me tabernas
y yo te remolino y me lagunas
por eso yo te circo y tú me infancias
por eso te amarillo y me amarillas
y te barco y me arenas
y te astro y me noches
y te buzo y me perlas
y te campo y me flores
por eso yo te viento y tú me crines
por eso te crepúsculo y me auroras
por eso yo te cielo y tú me golondrinas




PASTIZALES AMARILLOS


Crece el verano lento en su marea,
todo se invierte aquí.
Por el fondo del mar pasan las nubes
y ballenas perdidas por el cielo.
Se sale de la casa pasando por un cuadro
que intenta detener una tormenta
y hay páramos o camas
en donde despertarse perdido como un niño.
Las olas traen poemas gastados a la playa,
de los libros abiertos caen algas, caracoles.

¿Y ahora que lo vivo, dónde se va guardando?
El recuerdo del mar, ¿dónde se acuesta?,
¿sobre qué pastizales amarillos?
La fuga de la música en la ruta,
los tristes horizontes
y todos los crepúsculos de enero
se quedan en los íntimos espacios sin estrellas,
en la virginidad de la memoria.
¿Pero, cómo convocarlos cuando falten?
La risa de los hombres,
¿cómo se recupera desde el miedo?

La muerte no detiene los molinos,
no apaga los relámpagos del faro,
muestra apenas la blanca pureza de los huesos,
osamentas de luz, piezas del alba
que guardan el secreto del vuelo de los pájaros.

Aquí se lee, se viaja,
se duerme sobre un sueño de otáridos marinos,
y aún nos quedan días como ese canto lejos,
las diáfanas camisas
secándose en la soga del verano.





MI MIEDO


Mi miedo es un payaso despintándose
y un poema aborrecido que emanaba
de pájaros enormes azules y amarillos.
Mi miedo es barro entre los dedos
y sorprender una cópula
en los galpones de la siesta.
Mi miedo es la piedra en el aire
y un solo parpadeo de siglos
y estar llegando a Escocia sin zapatos.
Mi miedo es cada noche en los museos
y todo lo rompible
y el pasillo que llega hasta la nuca
y una lenta procesión de linchadores
y un trompo ya sin fuerzas.
Mi miedo es la moneda debajo de la lengua
y ese dulce perfume anticipado
de la muerte florida ya en la víspera.

EL MONSTRUO


Es un extraño monstruo
cuadrúpedo y errante,
bicéfalo, confuso, atormentado.
Un monstruo voluptuoso, esquizofrénico,
a veces dividido en dos mitades;
dos partes que se hieren, se detestan,
se gritan, dan portazos, se distancian.
Un monstruo en dos fragmentos vinculados
por cuerdas invisibles:
ligazones capaces de estirarse
por sobre el mar, el tiempo, los caminos.
Un monstruo que parece desunido
y que vuelve a enfrentarse, a estrangularse;
tan fuerte se acribilla,
se traba y arremete
que se funde de nuevo, saludable.
Un monstruo de bizarros pasatiempos,
que yace en suspirado soliloquio,
huyendo hacia la sombra
de sitios apartados,
adoptando posturas infinitas.
Un monstruo solitario que deambula,
se acuesta sobre el pasto, se despliega
y va contorsionando su belleza.
Monstruo feliz, tranquilo, deslumbrante
que duerme con dos sueños en un lecho.
Complejo, vanidoso, extraño monstruo.





El TIGRE

Estoy encerrado por los barrotes oblicuos
del pelaje del tigre.
Mi libertad está en su entraña:
en sentir mi mandíbula capaz de apretar un cuello
y mis cuatro garras ablandando mi peso,
en sentir hacia atrás el espinazo
que va de mi cabeza hasta la cola
que viene por el agua.

Te advierto que el tigre despedaza a la gacela
porque no sabe tolerar tanta belleza.
Te advierto que algún día seré tigre,
tigre como los pájaros.



VERDE Y AZUL


Ella es el verde y yo el azul.
Y cuando estamos azul sobre verde
somos la tierra y el cielo,
porque ella es la ofrenda fértil
y yo soy los vientos con tormentas y soles;
porque ella es la risa, el pan, la tierra
y yo la senda de los pájaros, el cielo.
Y así, durante el verde bajo el azul,
durante el azul sobre el verde,
somos el mundo.





POEMA VENIDERO

Fue el verano que mi canto nadó con las toninas.
Un artesano que soplaba el alba
por un quenacho, y yo
alzándoles la risa a dos hermanas.
Con ellas anduvimos tanto cielo
que ya no nos temían los raros animales.

La lluvia del Pacífico,
barcazas de color en las bahías
y el viento de moluscos en los bronquios
por la costa de Chile.

Llevábamos apenas
la edad sobre los hombros
y entre soles y pueblos nos pintaban
los óleos del poema venidero.


EL ABRAZO


que yo besas tu boca
mujer de mi mirada verde tuya
que nuestro corazón me desbarranco
mi mano por sus caderas mías
que ofrezco al abro sombras y la invado
un pecho en él de ella sobre mí
con todo el vino nuestro
cada noche

perfiles donde azul y verde un ojo
de amada con mis fauces sometiendo
los labios de ella heridos
por esta fruta nuestra
que somos tú morena con esas ancas mías
debajo de este toro lastimado
los muslos de ella el hombre los delfines

que nos abrazo de ambos
con fuerza de hombre rojo
mis alas son tus piernas de ella las abiertas
debajo de la nuestra cabellera
hay párpados y orejas y narices

y en el abrazo oscuro
en la navegación ventral después rocío
la sombra en tu cabello acariciando
las flores de tu sombra

*





El nadador no podrá quitarse
las manchas de azul y nubes.



*


EPITAFIO


Aquí yacería su cuerpo de no haber sido donado
su cráneo a una función de Hamlet, la jaula de sus
costillas a los soltadores de pájaros, algunos
huesos al mar, un fémur al desierto, el otro a un
hacedor de flautas, sus falanges a la piel de las
mulatas con collares, y cada una de sus vértebras
para hacer unos pisapapeles inútiles que liberan
las páginas al viento.





CONVALECENCIA

Querida mía:
hoy vinieron a visitarme
los pescadores evangélicos,
los que me hallaron ahogado
en la rompiente de los sueños.
Vino un caballo muy viejo
que aún nos recordaba
abrazados entre los girasoles.
Ya estoy mucho mejor:
la cama aquí en el abra del pajal
es lo que más me alivia.
Dos mujeres cretenses vinieron hoy temprano;
en los pechos desnudos trajeron vino rojo
y un toro lejano en las pupilas.
Tal vez porque no hay sombra
nadie se queda mucho.
La etérea familia de saltimbanquis
pasó como a las tres,
dejaron más azul que nunca el cielo.
Si vieras, querida, las golondrinas,
las iguanas a la siesta en la baranda de mi cama.
Ayer vino desnudo tu recuerdo
y me pidió con señas que le trenzara el pelo.
Voy a sanar,
lo sé porque al crepúsculo
se echan junto a mí los animales.
Son tan lindos los días, tan enormes.
De vez en cuando puedo cerrar los cielos
y unas sogas de luz de música serena
consiguen remontarme hasta quién sabe dónde,
sin sábanas, mi vida, sin memoria.
*
(Botella al mar, Buenos Aires, 1996)