Revista Los Inrockuptibles, n°122, marzo de 2008
Por Matías Capelli
Pedro Mairal
Salvatierra
(Emecé)
Hace diez años, el por entonces veinteañero Pedro Mairal se daba a conocer con Una noche con Sabrina Love, primera novela que le deparó premios, traducciones hasta al polaco y una adaptación cinematográfica –lo más parecido a un debut “exitoso” desde el punto de vista editorial al que puede aspirarse por estas latitudes. Pero a diferencia del protagonista de aquel libro suyo, a quien la mano invisible del azar de repente le concedía una de sus pocas fantasías, Mairal pareció desentenderse de las ambiciones del mercado para dedicarse a escribir despreocupadamente, asentando su voz, en vez de convertir en yeites sus aciertos y sus buenas ideas. Así vino un libro de cuentos, dos de poesía y una segunda novela, El año del desierto, tal vez más ajustada desde lo formal, más “comprometida” desde lo social, pero también bastante menos chispeante. Mención aparte merece la cruzada poética que viene llevando a cabo desde hace unos años, bajo el seudónimo de Ramón Paz: tres volúmenes de “pornosonetos”, que mucho más que un ejercicio de calentura literaria, más que un dato de color en su obra, constituye una arista que le da más espesor a su figura como escritor. En Salvatierra, Mairal logra camuflar tras el vértigo del policial una imagen que late escondida: esos kilómetros y kilómetros de tela que Salvatierra se dedicó a pintar a lo largo de su vida, todos los días, sin importarle demasiado su suerte, entre el vanguardismo y la expresión irrefrenable del amateur. Pero más que las reflexiones estéticas que pueda suscitar, la novela se sostiene gracias a su tono medio, contenido, sutil, que oscila del ingenio a la sensibilidad. Todos elementos que no hacen más que confirmar lo que ya podía intuirse desde las primeras páginas de Salvatierra: la madurez narrativa de Pedro Mairal.
Por Matías Capelli
Pedro Mairal
Salvatierra
(Emecé)
Hace diez años, el por entonces veinteañero Pedro Mairal se daba a conocer con Una noche con Sabrina Love, primera novela que le deparó premios, traducciones hasta al polaco y una adaptación cinematográfica –lo más parecido a un debut “exitoso” desde el punto de vista editorial al que puede aspirarse por estas latitudes. Pero a diferencia del protagonista de aquel libro suyo, a quien la mano invisible del azar de repente le concedía una de sus pocas fantasías, Mairal pareció desentenderse de las ambiciones del mercado para dedicarse a escribir despreocupadamente, asentando su voz, en vez de convertir en yeites sus aciertos y sus buenas ideas. Así vino un libro de cuentos, dos de poesía y una segunda novela, El año del desierto, tal vez más ajustada desde lo formal, más “comprometida” desde lo social, pero también bastante menos chispeante. Mención aparte merece la cruzada poética que viene llevando a cabo desde hace unos años, bajo el seudónimo de Ramón Paz: tres volúmenes de “pornosonetos”, que mucho más que un ejercicio de calentura literaria, más que un dato de color en su obra, constituye una arista que le da más espesor a su figura como escritor. En Salvatierra, Mairal logra camuflar tras el vértigo del policial una imagen que late escondida: esos kilómetros y kilómetros de tela que Salvatierra se dedicó a pintar a lo largo de su vida, todos los días, sin importarle demasiado su suerte, entre el vanguardismo y la expresión irrefrenable del amateur. Pero más que las reflexiones estéticas que pueda suscitar, la novela se sostiene gracias a su tono medio, contenido, sutil, que oscila del ingenio a la sensibilidad. Todos elementos que no hacen más que confirmar lo que ya podía intuirse desde las primeras páginas de Salvatierra: la madurez narrativa de Pedro Mairal.