Revista Ñ, Clarín, marzo de 2008
En “Salvatierra”, Pedro Mairal crea un artista mudo que se expresa a través de una obra sin límites. Sus hijos intentan rescatarla, descifrar un secreto familiar y encontrar un camino para su propia expresión.
Paula Mahler
En la página web de Pedro Mairal figura la siguiente frase de Adolfo Bioy Casares: “Empecé a leer t novela y no me pude desprender de ella”. Seguramente lo haya dicho en ocasión del Premio Clarín de Novela del año 1998, del que fue jurado, y en el que resultó ganadora la obra de Mairal, “Una noche con Sabrina Love”.
Exactamente lo mismo sucede con “Salvatierra”, su última novela. Se lee de un tirón, con la agradable sensación de que la lectura fluye, al igual que el río omnipresente en el texto, tranquilamente.
“Salvatierra” es una narración sobre las relaciones familiares, la palabra y los modos de comunicar, el mundo de los secretos de los adultos, la confraternidad entre buenos hermanos, la relación entre el padre y los hijos varones, la vida en un pueblo ribereño y fronterizo del interior del país. Pero, por sobre todo, es el relato de lo que genera el rescate de las historias familiares, la lucha por mantenerlas y, por suerte, de su éxito.
Salvatierra es el apellido del padre, que así es nombrado durante todo el libro. Pero el personaje se funde con su obra: un cuadro que pintó durante sesenta años, cuyos límites son la primera y última pincelada, seccionado en grandes rollos (casi rollos de la ley, al menos de la ley familiar) y guardado en un depósito (“el cuadro era un solo río”; “en su obra los limites están filtrados”).
La novela comienza así: “El cuadro (su reproducción) está en el Museo Röel”. El artículo definido no es arbitrario: los lectores no conocemos el cuadro, pero el narrador nos lo presenta como un referente conocido. Y es que iremos leyéndolo juntamente con el libro (“el diario íntimo, una autobiografía ilustrada”).
El hijo más joven de Salvatierra es el narrador. Un yo adulto que ya sabe que habrá logrado salvar (pero hay una vuelta de tuerca) la pintura y mostrarla al mundo. Nos cuenta que su padre se había quedado mudo en la adolescencia a raíz de un accidente. A causa de su discapacidad, la familia lo deja librado a la buena de Dios y Salvatierra se dedica a la pintura. En un momento determinado comienza con esta pintura que sus hijos intentan recuperar por completo luego de la muerte de la madre. En esta tarea aparece con fuerza la inexistente ciudad de Barrancales, enfrentada a la conocida Paysandú, al borde de una innombrado y bien descripto río (“Las olitas turbias pegaban contra los pilotes, haciendo bambolear la basura que flotaba”). Así , se entremezclan las referencias ficcionales y las verdaderas (Herbert Holt, Bernaldo de Quirós, Frondizi) y se va armando el relato del rescate de los rollos y, al mismo tiempo, el de la recuperación de la infancia, los lazos familiares y la historia verdadera.
Esta auspiciosa tercera novela de Mairal, luego de “Una noche con Sabrina Love” (1998) y “El año del desierto” (Interzona, 2005), y de sus dos libros de poesía, relata desde una primera persona entrañable la posibilidad del encuentro con uno mismo a partir de las experiencias familiares (“Uno ocupa esos lugares que los padres dejan en blanco”) en un marco provinciano tan vivaz que llega a olerse, con un lenguaje actual, preciso y, al mismo tiempo, poético.
Entrevista
-“Salvatierra” tiene que ver con el desciframiento de una pintura. Con la transposición e un lenguaje a otro, de la imagen a la palabra. ¿Tu rol es el de exégeta?
-La clave del libro era contar la historia de una familia a través de un cuadro. A medida que el hijo desenrolla el cuadro, desenrolla el pasado. Y ahí está eso que decís del paso de un lenguaje a otro, paso de lo visual al lenguaje. Y el hijo, el narrador, es una especie de exégeta de la obra del padre.
-¿Por qué te interesó reflexionar sobre la plástica?
-Me interesó pensar en un cuadro que se mueve, fluvial, un paisaje móvil.
-Un cuadro no cuadro.
-Claro, un cuadro que no es estático. Me interesaba captar la transformación que hay en los sueños donde por ejemplo, una fiesta se transforma en batalla.
-Eso parece la antítesis de lo que es la imagen, que muestra la simultaneidad.
-Esa era la idea de la pintura a partir del Renacimiento, que era estática, pero en la pintura medieval se podía ver a un santo en distintos momentos aunque en un mismo plano espacial. El cubismo también rompió con la idea estática de la pintura, ahí entra el tiempo.
-¿Salvatierra está inspirado en un personaje real?
-No. Siempre creo primero la situación y después el personaje. Alguien que pinta un cuadro infinito tiene que estar inmerso en una temporalidad distinta. Quería evitar un teórico del arte, lo enmudecí. Terminó siendo un pintor mudo de provincia, medio freak.
-El idiota de la familia…
-Sí, al no exigirle como a los demás hermanos, lo liberan. Me interesaba la idea de que la vida que vive ese padre tiene tal energía que se devora a sus hijos. ¿Qué lugar encuentra ese hijo fuera del mundo del padre? Encuentra la palabra. A mí me pasa lo mismo con la literatura: en la página me siento libre. En la vida cotidiana, me muevo con cierta torpeza.
A.R.B
En “Salvatierra”, Pedro Mairal crea un artista mudo que se expresa a través de una obra sin límites. Sus hijos intentan rescatarla, descifrar un secreto familiar y encontrar un camino para su propia expresión.
Paula Mahler
En la página web de Pedro Mairal figura la siguiente frase de Adolfo Bioy Casares: “Empecé a leer t novela y no me pude desprender de ella”. Seguramente lo haya dicho en ocasión del Premio Clarín de Novela del año 1998, del que fue jurado, y en el que resultó ganadora la obra de Mairal, “Una noche con Sabrina Love”.
Exactamente lo mismo sucede con “Salvatierra”, su última novela. Se lee de un tirón, con la agradable sensación de que la lectura fluye, al igual que el río omnipresente en el texto, tranquilamente.
“Salvatierra” es una narración sobre las relaciones familiares, la palabra y los modos de comunicar, el mundo de los secretos de los adultos, la confraternidad entre buenos hermanos, la relación entre el padre y los hijos varones, la vida en un pueblo ribereño y fronterizo del interior del país. Pero, por sobre todo, es el relato de lo que genera el rescate de las historias familiares, la lucha por mantenerlas y, por suerte, de su éxito.
Salvatierra es el apellido del padre, que así es nombrado durante todo el libro. Pero el personaje se funde con su obra: un cuadro que pintó durante sesenta años, cuyos límites son la primera y última pincelada, seccionado en grandes rollos (casi rollos de la ley, al menos de la ley familiar) y guardado en un depósito (“el cuadro era un solo río”; “en su obra los limites están filtrados”).
La novela comienza así: “El cuadro (su reproducción) está en el Museo Röel”. El artículo definido no es arbitrario: los lectores no conocemos el cuadro, pero el narrador nos lo presenta como un referente conocido. Y es que iremos leyéndolo juntamente con el libro (“el diario íntimo, una autobiografía ilustrada”).
El hijo más joven de Salvatierra es el narrador. Un yo adulto que ya sabe que habrá logrado salvar (pero hay una vuelta de tuerca) la pintura y mostrarla al mundo. Nos cuenta que su padre se había quedado mudo en la adolescencia a raíz de un accidente. A causa de su discapacidad, la familia lo deja librado a la buena de Dios y Salvatierra se dedica a la pintura. En un momento determinado comienza con esta pintura que sus hijos intentan recuperar por completo luego de la muerte de la madre. En esta tarea aparece con fuerza la inexistente ciudad de Barrancales, enfrentada a la conocida Paysandú, al borde de una innombrado y bien descripto río (“Las olitas turbias pegaban contra los pilotes, haciendo bambolear la basura que flotaba”). Así , se entremezclan las referencias ficcionales y las verdaderas (Herbert Holt, Bernaldo de Quirós, Frondizi) y se va armando el relato del rescate de los rollos y, al mismo tiempo, el de la recuperación de la infancia, los lazos familiares y la historia verdadera.
Esta auspiciosa tercera novela de Mairal, luego de “Una noche con Sabrina Love” (1998) y “El año del desierto” (Interzona, 2005), y de sus dos libros de poesía, relata desde una primera persona entrañable la posibilidad del encuentro con uno mismo a partir de las experiencias familiares (“Uno ocupa esos lugares que los padres dejan en blanco”) en un marco provinciano tan vivaz que llega a olerse, con un lenguaje actual, preciso y, al mismo tiempo, poético.
Entrevista
-“Salvatierra” tiene que ver con el desciframiento de una pintura. Con la transposición e un lenguaje a otro, de la imagen a la palabra. ¿Tu rol es el de exégeta?
-La clave del libro era contar la historia de una familia a través de un cuadro. A medida que el hijo desenrolla el cuadro, desenrolla el pasado. Y ahí está eso que decís del paso de un lenguaje a otro, paso de lo visual al lenguaje. Y el hijo, el narrador, es una especie de exégeta de la obra del padre.
-¿Por qué te interesó reflexionar sobre la plástica?
-Me interesó pensar en un cuadro que se mueve, fluvial, un paisaje móvil.
-Un cuadro no cuadro.
-Claro, un cuadro que no es estático. Me interesaba captar la transformación que hay en los sueños donde por ejemplo, una fiesta se transforma en batalla.
-Eso parece la antítesis de lo que es la imagen, que muestra la simultaneidad.
-Esa era la idea de la pintura a partir del Renacimiento, que era estática, pero en la pintura medieval se podía ver a un santo en distintos momentos aunque en un mismo plano espacial. El cubismo también rompió con la idea estática de la pintura, ahí entra el tiempo.
-¿Salvatierra está inspirado en un personaje real?
-No. Siempre creo primero la situación y después el personaje. Alguien que pinta un cuadro infinito tiene que estar inmerso en una temporalidad distinta. Quería evitar un teórico del arte, lo enmudecí. Terminó siendo un pintor mudo de provincia, medio freak.
-El idiota de la familia…
-Sí, al no exigirle como a los demás hermanos, lo liberan. Me interesaba la idea de que la vida que vive ese padre tiene tal energía que se devora a sus hijos. ¿Qué lugar encuentra ese hijo fuera del mundo del padre? Encuentra la palabra. A mí me pasa lo mismo con la literatura: en la página me siento libre. En la vida cotidiana, me muevo con cierta torpeza.
A.R.B