Lunes 3 de marzo de 2008
El Ciudadano & la región
Cultura Literatura argentina
La intemperie sin fin
Pablo Makovsky
Pedro Mairal habla de “Salvatierra”, su última novela, en la que vuelve a remontar el tiempo, esta vez mediante la contemplación de una tela kilométrica que hizo un pintor mudo
Pedro Mairal comenzó a escribir Salvatierra, su última novela, antes que El año del desierto, publicada por Interzona en2005. Las dos son muy distintas, sobre todo en su escritura. Salvatierra es la historia de un pintor que enmudeció a los 9años, tras una caída de caballo. No se sabe si la mudez es efecto de un trauma psicológico o físico. Y acaso esa duda, que flota sobre la novela, es también parte de la atmósfera que Mairal crea en esta trama, en la que su personaje, el hijo del pintor Juan Salvatierra, viaja al pasado mientras contempla la kilométrica tela de su padre: un diario de imágenes que el hombre pintó cada día a lo largo de 60 años. El pintor murió, quedó su obra encerrada en un galpón de un pueblo de Entre Ríos, Barrancales, sobre el Uruguay. Un pueblo que Mairal inventó.
En El año del desierto, en cambio, no hay esa escritura serena que en Salvatierra corre como un río. Sin embargo, fascina y seduce el modo en que Mairal se reencuentra con sus temas al tiempo que remonta escrituras diferentes: la intemperie, la realidad enturbiada por la ficción, los movimientos en el tiempo, las cosas que cambian de dimensión una vez que las sopesan ciertos artificios (en Salvatierra, por ejemplo, las frases escuchadas en una parte del relato cambian de significado una vez que encuentran su referencia en la tela del pintor).
Mairal declaró en más de una oportunidad que, una vez que Una noche con Sabrina Love (1998) se convirtió en un éxito y pronto fue una película dirigida por Alejandro Agresti (2000), prefirió esquivar ese perfil de “joven promesa de la literatura argentina”. De hecho, El año del desierto fue una magnífica novela que coqueteaba con la ciencia ficción (el país es invadido por una suerte de peste material que devora la civilización y devuelve el paisaje a los años previos a la colonia) y, de nuevo, acercaba una lectura extrañada de la licuada revuelta de diciembre de 2001. Pero con Salvatierra Mairal borra el consensuado calificativo de “joven promesa”: su literatura es una realidad que ya no necesita del beneplácito de los promotores culturales ni de los guiños entre iniciados y teóricos.
En un correo electrónico Mairal dice que sí, que pensó mucho en el poeta entrerriano Juan L. Ortiz, a propósito de Juan Salvatierra, cuando escribía su novela: los dos fueron influidos por un río, los dos fueron empleados del Correo, los dos entrerrianos, etcétera. Mairal también responde un puñado de preguntas.
—Barrancales, donde transcurre “Salvatierra”, es un pueblo inventado, sin embargo, no es la ciudad ficticia de la narrativa americana. ¿Cómo es que hacés esa elección de ubicar la historia en Barrancales?
—Barrancales es como un Frankenstein hecho con pedazos de distintas ciudades entrerrianas que conozco y quiero mucho. Sobre todo Gualeguay. Pero no podía ubicar la novela en Gualeguay porque la historia necesitaba el río Uruguay, un río ancho, y la frontera con otro país. La idea del otro lado, lejano pero no tanto. Inventar una ciudad me da libertad, así no tengo que ser exacto con nada. Con que esté el espíritu de ese lugar me alcanza (la estación de tren desierta, la costa del río, las canchas de bochas abandonadas con yuyos en el medio, ese aire oxidado de las afueras, el potrillito en la canchita de fútbol, cosas así. Y sobre todo cómo se mueve la gente en ese lugar, cómo se tratan entre sí.)
—En “El año del desierto” el viaje al pasado, o la irrupción del pasado, era el centro del argumento. En “Salvatierra”el pasado vuelve a irrumpir, resignificando lo que se dice en el presente a través de los dibujos de la tela. ¿Hubo en la escritura de “Salvatierra” una suerte de repaso del procedimiento de la novela anterior, una suerte de “exégesis”?
—Esta novela la empecé antes de El año del desierto. Y la terminé después. El pasado supongo que es la materia de una novela, ¿no? O el modo en que el pasado, como decís, irrumpe y modifica el presente, y modifica incluso el pasado mismo. En Salvatierra el pasado se desenrolla literalmente, se despliega en ese cuadro que va saliendo a la luz. Me interesaba el concepto de “la vida entera” registrada en una obra ¿Qué termina significando o trazando la obra entera de una persona? Y sobre todo la idea del pasado de un familiar, que es el pasado de otro pero a la vez también es tu propio pasado. En un momento el narrador se ve a sí mismo, adolescente, pintado por su padre. Ve cómo lo veía su padre, cómo su padre pensaba en él mucho más de lo que él creía. Y eso modifica la idea que él tiene de su padre. En algunos aspectos se encuentra con él por primera vez.
—”El año del desierto” trataba sobre el avance de “la intemperie”, en “Salvatierra” volvés en ocasiones sobre el término (Salvatierra concibe su representación sobre la intemperie). ¿Es la intemperie de Juanele? Oscar del Barco, en su ensayo sobre Juan L. Ortiz habla sobre “la intemperie sin fin”. ¿Cómo pensás vos esto de la intemperie?
—No me acuerdo si era Heidegger el que decía que no hay Casa (así con mayúscula), pero es cierto que estamos a la intemperie, resbalando en el tiempo. Es una sensación que no sé cómo explicarla más que con mis cuentos y poemas. Podés cerrar la puerta de tu casa, pero en cierta zona de la mente –esa zona medio onírica de la literatura, del miedo, de los pensamientos diurnos– no hay puerta, no hay barreras de contención, de protección, todo puede entrar, todo puede salir, hay una continuidad espacial y temporal. A veces esa intemperie puede ser agradable y a veces amenazante. En Juanele es agradable, hay un deambular casi flotante en su poesía, un paseo entre los sauces de la orilla. ¡Qué bien muestra esa sensación de ser el paisaje! “Me atravesaba un río”, dice al final de un poema. En Salvatierra quise que ese continuo movimiento tuviera que ver con el río. Un cuadro infinito que se mueve lentamente como un río. Que el cuadro fuera la vida, la intemperie misma. Y los hijos del pintor tienen la sensación de que la vida se les quedó ahí dentro del cuadro y ellos, ahora adultos, quedaron fuera, fuera de la vida, sin color, urbanos, medio inexistentes. No sé si logré mostrar eso, pero algo así quise decir.
—¿Hay en la escritura de la novela algo así como el desprendimiento de cierto estilo, de cierta forma de escribir que se despega de una “generación”? ¿Qué cambió, qué nuevas reflexiones y preocupaciones en torno a la escritura hubo en “Salvatierra”?
—Es cierto que este libro no tiene marcas generacionales, creo. Pero eso no fue planeado, ni para descansar de mis otros libros ni para alejarme adrede de lo generacional. Simplemente la historia no permitía una voz con elementos que puedan llamarse generacionales. El narrador vive en Entre Ríos, tiene unos 45 años, no es una persona de Letras. Tenía que despegarlo de mí en muchos aspectos (es decir que no podía hablar de temas que estoy tocando estos últimos años: blogs, sexo, etcétera). Me gusta obedecer a la historia, no forzarla, no meterle cosas mías porque sí. Trato de dejar un poco el yode lado. No siempre lo logro.
—¿Cómo es tu “relación” con tus contemporáneos?, tenés una relación con Fabián Casas y Washington Cucurto. Con el último, hasta donde creo entender, puede haber una coincidencia generacional, pero si hay una suerte de plan de obra, acaso son muy distintos...
—Borges decía que nadie quiere deberle nada a sus contemporáneos. Pero yo les debo mucho. Tengo un bagaje bastante clásico, y leer a la gente de mi edad me hace mucho bien para desarmarme un poco y desordenar mi formalidad. Casas y Cucurto, tomando a los que vos mencionás, me parecen de los mejores poetas de esta generación. Tengo la suerte de que sean mis amigos, y las diferencias que tenemos son un alivio para mí. Me oxigenan con su escritura. Son mucho más poetas que yo. Quizá los temas y algunas marcas de estilo sean distintos, pero no creo que escribamos desde un lugar tan distinto. Creo que escribimos bastante desde lo emocional y desde la experiencia personal.
—Volviendo a la escritura de “Salvatierra”: tiene algo así como una cosa más reposada en su escritura.
—Sí, es así. Los personajes de las dos novelas anteriores se instalan en una velocidad de narración que no permitía demasiado detenimiento. Hay un ritmo narrativo acelerado en esos dos libros. Daniel Montero tiene que llegar a Buenos Aires para pasar una noche con una actriz porno (en Sabrina Love), y está ahíla velocidad de la ruta, o del que hace dedo en la ruta, que es una velocidad arrachada. Y María Valdés Neylan, de E laño del desierto, cuenta 400 años de historia hacia atrás y condensados en un año como una pesadilla que no para nunca. Esos dos personajes no me permitían detenerme a reflexionar demasiado, porque están atrapados en el movimiento. Como te dije, si bien empecé Salvatierra antes que El año, la publico recién ahora; quise que esa voz apareciera después de las anteriores, como una voz más reflexiva después de la urgencia anterior.
El Ciudadano
El Ciudadano & la región
Cultura Literatura argentina
La intemperie sin fin
Pablo Makovsky
Pedro Mairal habla de “Salvatierra”, su última novela, en la que vuelve a remontar el tiempo, esta vez mediante la contemplación de una tela kilométrica que hizo un pintor mudo
Pedro Mairal comenzó a escribir Salvatierra, su última novela, antes que El año del desierto, publicada por Interzona en2005. Las dos son muy distintas, sobre todo en su escritura. Salvatierra es la historia de un pintor que enmudeció a los 9años, tras una caída de caballo. No se sabe si la mudez es efecto de un trauma psicológico o físico. Y acaso esa duda, que flota sobre la novela, es también parte de la atmósfera que Mairal crea en esta trama, en la que su personaje, el hijo del pintor Juan Salvatierra, viaja al pasado mientras contempla la kilométrica tela de su padre: un diario de imágenes que el hombre pintó cada día a lo largo de 60 años. El pintor murió, quedó su obra encerrada en un galpón de un pueblo de Entre Ríos, Barrancales, sobre el Uruguay. Un pueblo que Mairal inventó.
En El año del desierto, en cambio, no hay esa escritura serena que en Salvatierra corre como un río. Sin embargo, fascina y seduce el modo en que Mairal se reencuentra con sus temas al tiempo que remonta escrituras diferentes: la intemperie, la realidad enturbiada por la ficción, los movimientos en el tiempo, las cosas que cambian de dimensión una vez que las sopesan ciertos artificios (en Salvatierra, por ejemplo, las frases escuchadas en una parte del relato cambian de significado una vez que encuentran su referencia en la tela del pintor).
Mairal declaró en más de una oportunidad que, una vez que Una noche con Sabrina Love (1998) se convirtió en un éxito y pronto fue una película dirigida por Alejandro Agresti (2000), prefirió esquivar ese perfil de “joven promesa de la literatura argentina”. De hecho, El año del desierto fue una magnífica novela que coqueteaba con la ciencia ficción (el país es invadido por una suerte de peste material que devora la civilización y devuelve el paisaje a los años previos a la colonia) y, de nuevo, acercaba una lectura extrañada de la licuada revuelta de diciembre de 2001. Pero con Salvatierra Mairal borra el consensuado calificativo de “joven promesa”: su literatura es una realidad que ya no necesita del beneplácito de los promotores culturales ni de los guiños entre iniciados y teóricos.
En un correo electrónico Mairal dice que sí, que pensó mucho en el poeta entrerriano Juan L. Ortiz, a propósito de Juan Salvatierra, cuando escribía su novela: los dos fueron influidos por un río, los dos fueron empleados del Correo, los dos entrerrianos, etcétera. Mairal también responde un puñado de preguntas.
—Barrancales, donde transcurre “Salvatierra”, es un pueblo inventado, sin embargo, no es la ciudad ficticia de la narrativa americana. ¿Cómo es que hacés esa elección de ubicar la historia en Barrancales?
—Barrancales es como un Frankenstein hecho con pedazos de distintas ciudades entrerrianas que conozco y quiero mucho. Sobre todo Gualeguay. Pero no podía ubicar la novela en Gualeguay porque la historia necesitaba el río Uruguay, un río ancho, y la frontera con otro país. La idea del otro lado, lejano pero no tanto. Inventar una ciudad me da libertad, así no tengo que ser exacto con nada. Con que esté el espíritu de ese lugar me alcanza (la estación de tren desierta, la costa del río, las canchas de bochas abandonadas con yuyos en el medio, ese aire oxidado de las afueras, el potrillito en la canchita de fútbol, cosas así. Y sobre todo cómo se mueve la gente en ese lugar, cómo se tratan entre sí.)
—En “El año del desierto” el viaje al pasado, o la irrupción del pasado, era el centro del argumento. En “Salvatierra”el pasado vuelve a irrumpir, resignificando lo que se dice en el presente a través de los dibujos de la tela. ¿Hubo en la escritura de “Salvatierra” una suerte de repaso del procedimiento de la novela anterior, una suerte de “exégesis”?
—Esta novela la empecé antes de El año del desierto. Y la terminé después. El pasado supongo que es la materia de una novela, ¿no? O el modo en que el pasado, como decís, irrumpe y modifica el presente, y modifica incluso el pasado mismo. En Salvatierra el pasado se desenrolla literalmente, se despliega en ese cuadro que va saliendo a la luz. Me interesaba el concepto de “la vida entera” registrada en una obra ¿Qué termina significando o trazando la obra entera de una persona? Y sobre todo la idea del pasado de un familiar, que es el pasado de otro pero a la vez también es tu propio pasado. En un momento el narrador se ve a sí mismo, adolescente, pintado por su padre. Ve cómo lo veía su padre, cómo su padre pensaba en él mucho más de lo que él creía. Y eso modifica la idea que él tiene de su padre. En algunos aspectos se encuentra con él por primera vez.
—”El año del desierto” trataba sobre el avance de “la intemperie”, en “Salvatierra” volvés en ocasiones sobre el término (Salvatierra concibe su representación sobre la intemperie). ¿Es la intemperie de Juanele? Oscar del Barco, en su ensayo sobre Juan L. Ortiz habla sobre “la intemperie sin fin”. ¿Cómo pensás vos esto de la intemperie?
—No me acuerdo si era Heidegger el que decía que no hay Casa (así con mayúscula), pero es cierto que estamos a la intemperie, resbalando en el tiempo. Es una sensación que no sé cómo explicarla más que con mis cuentos y poemas. Podés cerrar la puerta de tu casa, pero en cierta zona de la mente –esa zona medio onírica de la literatura, del miedo, de los pensamientos diurnos– no hay puerta, no hay barreras de contención, de protección, todo puede entrar, todo puede salir, hay una continuidad espacial y temporal. A veces esa intemperie puede ser agradable y a veces amenazante. En Juanele es agradable, hay un deambular casi flotante en su poesía, un paseo entre los sauces de la orilla. ¡Qué bien muestra esa sensación de ser el paisaje! “Me atravesaba un río”, dice al final de un poema. En Salvatierra quise que ese continuo movimiento tuviera que ver con el río. Un cuadro infinito que se mueve lentamente como un río. Que el cuadro fuera la vida, la intemperie misma. Y los hijos del pintor tienen la sensación de que la vida se les quedó ahí dentro del cuadro y ellos, ahora adultos, quedaron fuera, fuera de la vida, sin color, urbanos, medio inexistentes. No sé si logré mostrar eso, pero algo así quise decir.
—¿Hay en la escritura de la novela algo así como el desprendimiento de cierto estilo, de cierta forma de escribir que se despega de una “generación”? ¿Qué cambió, qué nuevas reflexiones y preocupaciones en torno a la escritura hubo en “Salvatierra”?
—Es cierto que este libro no tiene marcas generacionales, creo. Pero eso no fue planeado, ni para descansar de mis otros libros ni para alejarme adrede de lo generacional. Simplemente la historia no permitía una voz con elementos que puedan llamarse generacionales. El narrador vive en Entre Ríos, tiene unos 45 años, no es una persona de Letras. Tenía que despegarlo de mí en muchos aspectos (es decir que no podía hablar de temas que estoy tocando estos últimos años: blogs, sexo, etcétera). Me gusta obedecer a la historia, no forzarla, no meterle cosas mías porque sí. Trato de dejar un poco el yode lado. No siempre lo logro.
—¿Cómo es tu “relación” con tus contemporáneos?, tenés una relación con Fabián Casas y Washington Cucurto. Con el último, hasta donde creo entender, puede haber una coincidencia generacional, pero si hay una suerte de plan de obra, acaso son muy distintos...
—Borges decía que nadie quiere deberle nada a sus contemporáneos. Pero yo les debo mucho. Tengo un bagaje bastante clásico, y leer a la gente de mi edad me hace mucho bien para desarmarme un poco y desordenar mi formalidad. Casas y Cucurto, tomando a los que vos mencionás, me parecen de los mejores poetas de esta generación. Tengo la suerte de que sean mis amigos, y las diferencias que tenemos son un alivio para mí. Me oxigenan con su escritura. Son mucho más poetas que yo. Quizá los temas y algunas marcas de estilo sean distintos, pero no creo que escribamos desde un lugar tan distinto. Creo que escribimos bastante desde lo emocional y desde la experiencia personal.
—Volviendo a la escritura de “Salvatierra”: tiene algo así como una cosa más reposada en su escritura.
—Sí, es así. Los personajes de las dos novelas anteriores se instalan en una velocidad de narración que no permitía demasiado detenimiento. Hay un ritmo narrativo acelerado en esos dos libros. Daniel Montero tiene que llegar a Buenos Aires para pasar una noche con una actriz porno (en Sabrina Love), y está ahíla velocidad de la ruta, o del que hace dedo en la ruta, que es una velocidad arrachada. Y María Valdés Neylan, de E laño del desierto, cuenta 400 años de historia hacia atrás y condensados en un año como una pesadilla que no para nunca. Esos dos personajes no me permitían detenerme a reflexionar demasiado, porque están atrapados en el movimiento. Como te dije, si bien empecé Salvatierra antes que El año, la publico recién ahora; quise que esa voz apareciera después de las anteriores, como una voz más reflexiva después de la urgencia anterior.
El Ciudadano