Poso Wells

p. mairal



Poso Wells, de Gabriela Alemán, eskeletra, Ecuador, 2007.

Así como existe el espacio real, existe también el espacio literario. Ciudades hechas de sitáxis, de párrafos, capítulos y tramas. La oscuridad de Guayaquil que muestra Gabriela Alemán en su novela Poso Wells, parece surgir del sedimento (el poso) del cuento de Wells El país de los ciegos ambientado en Los Andes ecuatorianos. La novela continúa ese mito, el resabio de ese mito, y hace aflorar del fondo lo monstruoso latinoamericano, a través de lo grotesco, la fantasía desaforada, el comic.
La historia empieza con un candidato que se electrocuta en pleno escenario de campaña en un asentamiento o villa miseria llamada Poso Wells. Parado en el charco de su propia meada, el candidato agarra el micrófono y su cuerpo hace masa con la poderosa conexión ilegal de electricidad del barrio. Se quema como suelen quemarse los candidatos, deja el barrio a oscuras y echa a andar la historia que corre por cuadros breves que se van pegando en un arco voltaico unos con otros, atravesando toda la sociedad ecuatoriana hasta la última página.
Varas, un joven periodista free lance, va desentrañando con velocidad cinematográfica una cadena de desapariciones, estafas, falsos velorios, violencia y seres casi mitológicos. Se intercalan en la narración, recortes de diarios, quizá falsos, quizá verdaderos; en esa penumbra de lo que sucedió y lo que no sucedió, se mueve la trama de esta novela (de hecho la autora intentó publicar la historia por entregas en un diario de policiales). El periodista es quien literalmente se mete en el pozo, el que lo ve y se da cuenta de la sombra que esconde. “Varas”, dice la novela, “pensó que uno no tenía necesidad de matarse para quitarse la vida, simplemente tenía que quedar atrapado en algún lugar como Poso Wells.”
Entre la pesadilla y la farsa (como en muchos países de este continente) sucede la historia, y entre las grietas o rajaduras, surgen a pesar de todo, como yuyos, las historias de amor. Los tramos farsescos del libro se acercan por momentos (para acercarlo a un ejemplo argentino) a la farsa de Cucurto en la Buenos Aires de Cosa de negros, donde la gente grita o carcajea entre los empujones de la tragedia y donde ya está la televisión filmando en directo casi antes de que suceda todo.
La naturaleza aún no domada del continente aparece por encima de cualquier otra fuerza, como un dios castigador que llega para hacer justicia. Los volcanes ecuatorianos están a punto de estallar. Todo se puede acabar en pocas horas. Y en la negligencia violenta de esa sociedad, de nada sirve apertrecharse con plata y poder y camionetas 4x4, más que para cargarse de energía trágica. Dice una página de la novela:
“Pero, como los caminos del señor son harto misteriosos, mientras ellos tomaban la curva muy cerrada, del otro lado del camino de tierra venía de frente contra ellos una patrulla de la policía nacional conducida por un agente ebrio que había sido designado la noche anterior para averiguar sobre los disparos en la hacienda de Bermúdez y que recién intentaba llegar al lugar de los hechos después de beber la noche entera en la cercana Apuela. Al embestirse, ambos carros rodaron barranco abajo hasta quedar totalmente cubiertos por el denso follaje del bosque nublado de Intag. Seguramente para nunca volver a ser vistos, salvo por los majestuosos caracaras andinos que comenzaban a menguar en la zona y que inesperadamente recibían como una dádiva del cielo raras delicadezas costeñas imbuidas en alcohol para su deleite carroñero”.

Hay que seguirle el ritmo a Gabriela Alemán. En Bogotá, entre mojitos y canelazos, yo la vi bailar. Era de las mejores bailarinas. Vi que de pronto en su baile armónico hacía un quiebre como desarticulándose, como cayéndose de espaldas y no se caía, seguía bailando. Por momentos escribe así, hace algo inesperado, desarticula, se arroja al vacío, y uno piensa “pero te vas a ir al carajo si hacés eso” y no, todo encaja, cae en su sitio, fluye, sigue narrando.


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Palabras que me llamaron la atención:
caracara: carancho
saperoco: alboroto, desorden
chongo: prostíbulo
chompa: chaqueta, "chompa de cuero"
andar chiro: andar sin un mango, sin plata



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Le agradezco a Gabriela Alemán que respondió las siguientes preguntas especialmente para este blog:
¿En Ecuador, algún otro autor o director de cine retomó en su obra el cuento de Wells El País de los Ciegos? ¿Qué influencia tiene la literatura inglesa en lo que escribís y en la literatura Ecuatrioana en general?

Creo, sin ser muy conciente de ello, que hay una veta subterránea ahí. Entre lo que escribo y una cierta tradición de la literatura inglesa. En Poso (como sedimentos de lecturas que quedaron) hay algo que va desde los “Canterbury Tales” de Chaucer y que cruza a Sterne con “Tristram Shandy” y Swift con “Gulliver’s Travels”. Relatos de vida, de viajeros, permeados de sátira y absurdo. Una línea, que por lo demás, está conectada con Monty Python y esa gran y descomunal película que es “Brazil” de Terrry Gilliam. Eso por un lado. Por otro están, seguro que están ahí, las lecturas de adolescencia de P.G.Wodehouse y Dickens. El humor y una crítica a las clases altas que marcan la caracterización de los personajes de ambos. Y luego la genialidad de Dickens con sus novelas seriales y las técnicas del folletín que desarrolló. También aparecen las lecturas de Yeats, del aristocrático y apocalíptico Yeats, y sus teorías místicas con los ciegos de Wells y los de sus descendientes ecuatorianos en Poso: “Things fall apart; the centre cannot hold…”. Algo que está a punto de reventar, pero que no es lo mismo que imaginaba Yeats. Y, por último, esa figura elusiva de H.G. Wells en el mundo ecuatoriano. La novella “En el país de los ciegos” que Wells sitúa en Ecuador; “La Isla del Dr. Monreau”, si uno siguiera las indicaciones geográficas de la ubicación de la isla, con un compás en mano, no se encontraría muy lejos de las ecuatorianas Islas Galápagos y por último “La Guerra de los Mundos”, que once años después de la dramatización del otro Wells (Orson) en NY, creó un pánico similar en 1949 en Quito. ¿Obsesión personal? No sé, quizá, pero demasiadas coincidencias para no fijarse en ellas.

Hay algo del comic o del cine en la novela. ¿Cuál es tu relación con esos géneros?

Quería inicialmente que el libro saliera como un folletín, para que eso funcionara tenía que existir un deliberado intento por crear suspenso. El jugar con fórmulas que han existido desde el siglo XIX en la literatura y que luego entrarían al cine por esa misma vía. El séptimo arte, el más vanguardista en sus inicios, en un determinado momento optó por la masificación y la narratividad. Para desarrollar una gramática (que luego se respetaría o rompería), D.W. Griffith “creó” la edición. ¿De dónde sacó sus ideas de historias paralelas y simultáneas, sus saltos temporales? De Dickens y el folletín. La forma de Poso, de alguna manera, era un homenaje tanto al folletín como al cine.
¿El cómic? Es un medio que disfruto enormemente y que está ligado tanto a la literatura como al cine pero es, a su vez, independiente de ellos. Es un mundo contenido en imágenes donde existe una complicidad enorme con el y la lectora. ¿Qué piensa alguien entre cuadro y cuadro? ¿Qué vacíos hay que llenar para entender una historia fragmentada?
Pienso que uno de los grandes narradores del siglo XX y XXI es Neil Gaiman y sus novelas gráficas de la serie “Sandman” están entre lo mejor que ha dado la literatura fantástica de cualquier época.
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*foto sacada por Adriana Lisboa.